Entre el encierro y la intemperie

Sobre la exposición "Salerno en la Colección Mendonca. Arte moderno/contemporáneo", que se inaugura el jueves 17 de julio en Fábrica Galería de Arte. La muestra reúne unas 40 obras del artista que integran el acervo de la colección e incluye dibujos, fotografías, pinturas, piezas realizadas en técnica mixta y objetos.

Por Ticio Escobar

Osvaldo Salerno, "Sin título", 2003. Calco de yeso de la mano del autor, objetos metálicos, sellador de silicona, madrea, vidrio y pintura azul. 41 x 67 cm. Cortesía
Osvaldo Salerno, "Sin título", 2003. Calco de yeso de la mano del autor, objetos metálicos, sellador de silicona, madrea, vidrio y pintura azul. 41 x 67 cm. Cortesía

En términos contemporáneos, las colecciones de arte no están concebidas como mero acopio de obras reunidas a partir de los gustos del coleccionador, la seducción de la moda o las mejores ocasiones de adquisición; siguen, más bien, una marcada dirección curatorial. De este modo, los acervos más sustanciosos se dirigen a formar conjuntos significativos, diagramas organizados en clave de relato o trayecto histórico, o bien, proyectados según tendencias conceptuales, afinidades formales o determinadas figuras de la escena del arte. La Colección Mendonca sigue distintas líneas, las trama reflexiva o intuitivamente y conforma con ellas ordenamientos distintos. Pero, aun en su diversidad, estas constelaciones responden a criterios bien definidos que dotan a las colecciones de perspectivas comunes de sentido. De cara a ese horizonte compartido se juegan apuestas singulares y se producen diferentes encuentros, tomado este término en su doble acepción de coincidencia y conflicto.

La selección de este acervo se centra en obras modernas y contemporáneas del arte del Paraguay. No resulta extraño, por eso, que la obra de Osvaldo Salerno devenga especialmente relevante para la Colección Mendonca, y que ésta articule más de cuarenta de tales obras. Las mismas compactan y complejizan la colección entera, de la cual constituyen uno de sus núcleos más consistentes. Es que, a lo largo de 50 años, la producción de Salerno cruza con fuerza el mapa de la tardomodernidad y la contemporaneidad marcando sus terrenos desiguales con huellas incisivas que renuevan rumbos.

Tal vez una de las cualidades de la producción de Salerno más significativa para la Colección Mendonca sea la solidez de ese trayecto que, continuamente, encastra la moderna preocupación por la síntesis formal con la contemporánea atención a los contenidos históricos, políticos y éticos; sustentados éstos por una plataforma conceptual bien arraigada en cada uno de los tiempos surcados. Desde las primeras impresiones del cuerpo del artista se manifiesta la importancia concedida a la limpieza de la forma y la coherencia del lenguaje. Pero esas preocupaciones ocurren de manera paralela a la puesta en intemperie de las situaciones concretas: la dictadura y, luego de caída ésta, los tiempos ambiguos de la llamada «Transición a la Democracia». Durante las últimas décadas, la obra de Salerno, que podría ser considerada «contemporánea» en cuanto discute la autosuficiencia del esquema, acusa la emergencia de nuevas formas de corrupción, inequidad y autoritarismo. Pero en este caso, la imagen no abandona la solidez de las formas ni desdeña la potencia de la belleza. Por supuesto que las condiciones históricas resuenan de manera diferente en cada época, pero, en todo caso, la obra no descuida su derrotero bifronte, regido tanto por el rigor del concepto como impulsado por los extravíos de la imagen.

La obra de Salerno está signada por una preocupación política desde sus inicios. Y sigue marcada por ella. Pero esa inquietud -esa obsesión, en verdad- no apela a la denuncia literal de la injusticia que impugna; recurre, como lo hace el arte más cabal, al rodeo de acometidas laterales que desplazan (e intensifican) la crítica de lo instituido en el límite y más allá del círculo de la representación. Básicamente, estas maniobras se desvían de la retórica política -o la toman por asalto desde lugares imprevistos- acusando las resonancias de sus «presentes recios» (Teresa de Ávila) según un repertorio propio que crece y se consolida de modo continuo. Las figuras de la muerte y el lenguaje herido, de la pulsión erótica, del sofoco de la prisión y el abandono del descampado se vinculan con la presencia recurrente de cajas herméticas, espejos infieles y puñales interdictos. Toda la iconografía de Salerno actúa poéticamente instalando una puntada de ironía y una amenaza de ausencia en cada propuesta; ambas impiden que cada obra traduzca una verdad entera y fuerzan a las imágenes a un más allá de sí mismas: a un fuera de escena sin retorno. Esos enviones radicales empujan la producción de Salerno hacia la intemperie misma de los signos. Manifestar la contingencia del lenguaje instituido constituye quizá su gesto político más radical.

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